Conociendo perfectamente los límites de las opiniones incómodas, el individuo occidental ha logrado asimilar en sí mismo la hoy apenas apreciable censura oficial, para convertirla en autocensura. No existe una lista explícita de textos, de ideas o de posiciones prohibidas, pero el europeo moderno, consciente de que el colectivo más mediático no tolera una serie de opiniones, asimila que estas no convienen ser expresadas, bajo riesgo de marginación social y situaciones incómodas.
Y así es como las democracias occidentales han logrado interiorizar la antigua censura oficial en las conductas de las personas. Jugada perfecta, sin duda. El Estado no condena oficialmente tus opiniones, huyendo de las sombras totalitarias, simplemente deja que la presión colectiva actúe, minando poco a poco las conciencias, hasta que estas captan lo ‘correcto’ y lo ‘incorrecto’, lo que se puede decir lo que no.
Sin poder estar más de acuerdo con el periodista Iker Jiménez cuando afirma que la nueva esclavitud es lo políticamente correcto, se puede añadir que la autocensura, junto con el desarraigo, es la cima de la miseria espiritual europea, ya que no se trata de una traba exterior a la libertad de expresión, sino de un freno propio a la voluntad de expresión.
OHKA