A pesar de su propia sentencia a muerte, es en la efemérides de su nacimiento, haciendo que el recuerdo se torne en vida, cuando erigimos a La Rochelle como hombre europeo. Consciente de las necesidades y exigencias de su tiempo, y ante la agonía que ya sobrevuela Europa, la alza a una categoría mítica. Europa, una patria, una idea.
Su experiencia como soldado en la Primera Guerra Mundial, da paso a un continuo fluir de inquietudes políticas, en muchos casos como él mismo reconoce, contradictorias: «Siempre me ha gustado juntar y mezclar lo contradictorio: Nación y Europa, socialismo y aristocracia, libertad de pensamiento y autoridad, misticismo y anticlericalismo». Influido por Maurras y su Acción Francesa en sus inicios, y coetáneo de la lucha en el ámbito revolucionario entre fascismo y comunismo, en los años treinta se decanta por un socialismo fascista, el cual identifica como único baluarte contra la decadencia de Europa.
Desencantado finalmente con el fascismo por no llegar a dar una respuesta a su gran ambición, una Europa unida, considerando que «la estrechez de su base nacionalista le ha impedido devenir en un socialismo europeo», y consciente de lo que significa, tras la guerra, el haber sido abiertamente colaboracionista con Alemania, pone fin a su vida mediante el suicidio, en la misma ciudad que le vio nacer, Paris. Esta idea siempre le causó curiosidad, estableciendo ya desde su infancia una relación con la muerte que deja ver a lo largo de su obra.
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