El mito de Europa y la necesidad de Oriente.

Tal vez una de las creencias más arraigadas en las mentes de los jóvenes y no tan jóvenes militantes y pensadores de los distintos movimientos y asociaciones de corte nacional y patriota en Europa es el dogma inamovible de una unidad causi-metafísica de Europa que enraizaría el continente entero en una identidad colectiva de orden mayor y lo convertiría en una potencia política mundial. Esta idea varía de manera constante, pues según quién la pueda plantear, se mueven los parámetros de la discutida expansión territorial de Europa, y de la autonomía y soberanía de los cuerpos nacionales que en ella existen. Pero la realidad es que pocas personas han sabido verdaderamente plantear desde la base una teoría ‘’nacional-europeísta’’ que tenga una base sólidamente estructurada y donde no se encuentren laguna intelectuales y estratégicas.

Para unos, Europa llega hasta los Urales, para otros, hasta Hungría, para otros hasta Vladivostok, otros cuentan que Rusia no es Europa, otros que sólo lo es una parte, etc. Entonces, nos planteamos ¿Qué es Europa y hasta dónde llega? En realidad la respuesta es bastante sencilla. Europa es un continente, península de Asia, que durante siglos ha desarrollado una cultura propia que, al igual que el resto de culturas, ha ido evolucionando progresivamente y difuminándose según se acercaba hacia las fronteras de otras culturas, como es inevitable. De esta manera, algunos reclaman que Europa está allí donde están los europeos, es decir, donde están los hombres y mujeres de genética caucásica, pero verdaderamente ese parámetro también se va difuminando y quedándose pequeño a medida que uno se acerca al vecino. A ningún europeísta convencido se le ocurriría actualmente decir que Hungría no es una parte de Europa, mas es parte fundamental de ella y ha tomado la cabeza en cuanto a situaciones importantes del desarrollo histórico del continente, pero sin embargo, podemos hallar los vestigios de la cultura extra europea en el pueblo magyar: en su genética, en su idioma y en sus expresiones culturales, sin embargo, ahí está Hungría, parte indispensable del Imperio Austrohúngaro y un gigante histórico imposible de ignorar en Europa.

Cierto es, por otro lado, que la mayor parte de la nación rusa, no pertenece a territorio europeo, sino asiático; es un hecho puramente geográfico, sin embargo, de la misma manera, existe una parte totalmente europea, compuesta por las ciudades de Moscú, Novgorod, San Petesburgo, etc. Aunque, de otra manera, una porción de la parte asiática de Rusia está poblada por hombres caucásicos, es decir, hombres de origen ‘’europeo’’. Muchos nacionalistas rusos y de los países de alrededor, con un concepto etnicista y erróneo de la nación, han pretendido a raíz de esta división de territorio ruso entre Europa y Asia, engendrar una separación legal y política de los territorios extra europeos que existen dentro de la nación rusa. Esto es un error de dimensiones gigantescas, pues con esta idea, no se pretende sino la destrucción de un territorio unido por la historia y la lengua que ha engendrado su propia identidad y que ha hecho que las poblaciones orientales del país influyen en occidente y que las poblaciones occidentales rusas hayan tenido una enormérrima influencia en la parte oriental del país. Sería equiparable a pretender separar Andalucía de España con la burda excusa del dominio islámico en el sur de la península que asentó allí poblaciones bereberes y de otras etnias caucásicas del norte de África. Cuando, por el contrario de lo que se piensa, las poblaciones andaluzas tienen un componente étnico bastante más parecido al del centro y el norte de Europa que las poblaciones del norte de España, entre otras cosas, debido a las masivas movilizaciones que se dieron durante del dominio español en los territorios de Holanda, Alemania, Bélgica, etc. De pescadores y otras poblaciones hacia el sur de España.

De la misma manera que de Hungría y de Rusia, podemos hablar de los finlandeses y los estonios, pueblos con raíces lingüísticas no indoeuropeas y con un origen genético que en muchos casos se ha calificado de extra europeo. Pero también en el gran continente asiático existe una influencia Occidental. Lo que hoy conocemos como Turquía, contiene en su interior poblaciones de ascendencia griega, armenia, y georgiana, poblaciones que en su componente lingüístico (exceptuando el caso del georgiano) son totalmente indoeuropeas (puesto que este término está referido a lo lingüístico, y no a lo étnico) y antropológicamente caucásicas. De la misma manera nombramos a los países originarios de estas poblaciones: Grecia, que aunque no esté en el foco geográfico de lo que nosotros llamamos ‘’mundo oriental’’, la influencia genética otomana es más que evidente; Armenia, la primera nación cristiana, poblada por hombres caucásicos; y Georgia, donde la influencia turcomana de origen uyghur y centroasiático se ve arrinconada frente a la aplastante mayoría de la población de origen armenio y eslavo, como es el caso de Osetia.

Podríamos también nombrar al Irán central (Teherán, Qom, Esfahan, Tazd, Mashhad), donde su idioma originario es el persa, a diferencia de ciudades como Mazandarán, Tabriz, Zahedan, Izeh o Ahvaz, y son un componente claro de civilización indoeuropea y que ha influido notablemente en la composición del alma de todas las civilizaciones de este tipo.

Podemos incluso notar la presencia indoeuropea cerca de la lejana China y la exótica Mongolia, donde hace algún tiempo ya, existió el dominio lingüístico del tocario, dialecto del hitita que fue siendo sustituido por las lenguas uyghures, que más tarde darían su origen a las lenguas túrquicas como el kazajo, el uzbeko, el turco o el azerí.

La tradición oriental ha cultivado más el ámbito ascético y espiritual. Esto es algo que podemos comprobar simplemente echando una mirada a la historia del cristianismo en sus dos vertientes geográficas tras el cisma de oriente en el año 1054. Desde San Cirilo y San Metodio, portadores del alfabeto griego (y su posterior transformación en cirílico) hacia el mundo eslavo, hasta San Simeón Estilita que pasó más de 30 años en busca de la purificación espiritual encima de una columna, hasta llegar a nuestros días y poder fijar nuestra vista sobre los monjes ortodoxos del Monte Athos en la Grecia actual. Por supuesto, el catolicismo también aporta un componente ascético de no poca importancia, sobre todo dentro de las puertas del territorio actualmente español, con la Escuela de Salamanca, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Santa Teresa, San Pedro de Alcántara, Luis de Granada, etc. Y por supuesto la figura de los monjes guerreros que representarían los templarios, componentes perfectos de la mezcla entre heroísmo, acción y ascética y mística, justamente por comprender la ‘’necesidad de Oriente’’ y la importancia espiritual que ha tenido siempre ‘’aquél lado del globo’’. Pero sin embargo, en cuanto a las cuestiones de la cultivación de la ascesis, las distintas iglesias orientales, sea en Rusia, Grecia o Etiopía, tienen una ventaja considerable hasta el día de hoy. Recordemos que fue Armenia, un país hoy ortodoxo, la primera nación cristiana del mundo, a través de San Gregorio, confinado durante años en el monasterio de Khor Virap.

Este componente místico también lo podemos observar en otras religiones pre-cristianas como el hinduismo, el taoísmo o el sintoísmo que luego se convertiría en estatal, tradiciones donde las figuras brahmánicas son un engranaje fundamental de la sociedad e incluso alcanzan el más alto rango social, mientras que al compararlo con tradiciones pre-cristianas de la Europa occidental como los distintos politeísmos regionales, vemos que el símbolo y el rito tienen una actitud bastante más utilitaria y que se transmite en distintas versiones por toda la geografía, con ciertas excepciones que se darían en los rituales heredados de las tradiciones animistas más primitivas dedicados al culto de las ‘’deidades naturales’’. Sin embargo, Occidente ha sabido cultivar más la cuestión del heroísmo, de la belleza, de la fundición de lo apolíneo y lo dionisíaco, y todo esto con cientos de transmisores culturales a través del renacimiento, del romanticismo y finalmente de los antimodernos del siglo XX. Durero, Eduard Müller, el Greco, Bartolomé Ordóñez, Juan Bautista, posteriormente Richard Wagner, Leo Von Klenze, Antonio Canova, Joaquín Vayreda, hasta llegar a las representaciones intelectuales del siglo XX con Oswald Spengler, Carl Gustav Jung, Hermann Hesse, Julius Evola, Frithjoff Schuon, Guido de Giorgio, Mircea Eliade, etc.

Es así, pues, que la complementación de los espíritus de Oriente y Occidente, aquellas que fueran las ‘’únicas naciones’’ conocidas por Napoleón (muy acertadamente) tendrían como resultado la creación de una potencia mundial, moralmente imbatible, espiritualmente infinita y militarmente indestructible.

Santiago J. González

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