En un mundo donde rebosa la información, no está de más emplear algo de tiempo en leer un libro o investigar en diferentes fuentes más allá de la televisión. Hoy la televisión es vista por inercia, sin un objetivo concreto. Se pulsa el botón de ‘encendido’ y así nos evitamos el incómodo silencio. Sin duda, esta pereza mental, esta simpleza a la hora de calificar sujetos y objetos, lleva a algunas personas (incluso periodistas PROFESIONALES) a denominar ‘kamikaze’ a asesinos de civiles que cargados de explosivos hacen volar por los aires todo lo que esté a su alcance, personas inocentes incluidas.
No hace falta ser un experto en materia bélica, ni un doctor en Historia, para saber que los kamikazes eran soldados piloto que dirigirían desde dentro lo que hoy, dado el avance tecnológico, son los misiles teledirigidos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, ante la perspectiva de suma inferioridad en la capacidad y tecnología bélica japonesa respecto a la de los Estados Unidos, surge la figura del kamikaze. Generalmente, fueron pilotos jóvenes que a bordo de aviones de guerra cargados hasta el límite de explosivos volaban hasta estrellarse en los portaaviones americanos que flotaban en el Pacífico. Esto se debe a que la carga explosiva que querían utilizar no podía ser lanzada desde los comunes aviones de guerra por la falta de capacidad. Por otro lado, la precisión y fuerza del impacto del aeroplano kamikaze era mucho mayor.
Por lo tanto, un terrorista suicida y un kamikaze difieren profundamente en la esencia de su acción, y llamar a uno con el nombre del otro es una muestra de ignorancia y una injusticia para la memoria de los pilotos japoneses de mediados del siglo pasado.
Puede parecer una nimiedad, pero el no llamar a las cosas por su nombre desemboca en una degeneración del lenguaje a largo plazo.
KAMIKAZE
