Un hombre de cuyo nombre no quiero acordarme anunció que “la historia la hacen las minorías”. En los últimos tiempos la humanidad ha estado construyendo una realidad social, civilizatoria, que más que un mundo armonioso, ordenado y familiar es un “inmundo”, un infra-mundo antinatural y caótico en el que se extiende el dominio de la nada, el aliento anulador del nihilismo con serias consecuencias con solo girar la cabeza y ver el esperpento que nos rodea. Pero “los tiranos se rodean de hombres malos porque les gusta ser adulados y ningún hombre de espíritu elevado les adulará” que dijo Aristóteles. Para eso fue creado el parlamentarismo, el más tirano de las órdenes. Un pueblo dividido en dos mitades (divide et impera) dormidos durante cuatro años y despiertos durante tres semanas de foribundas campañas de persuasión. Y siempre sucede la misma derivación. El sistema democrático tiende a degenerar en una oclocracia. La oclocracia no es más que el gobierno de los charlatanes, del gentío, de la masa y de la chusma. Con razón Codreanu anhelaba la acción en contra de la palabrería democrática, ya que la valentía de un hombre se demuestra en los actos, no en la palabra. “Ser breves con la boca e incansables con las manos”. Frente a ese desorden y como contraposición al aborregamiento que siempre representan las masas, nacen las minorías rebeldes.
Somos la minoría que nadie quiere y a todos incomoda. Somos la minoría alejada de las drogas y de los placeres mundanos que incrusta el hedonismo. Somos la minoría que no se conforma, que discrepa y no se calla… pero tampoco se altera. Somos la minoría que busca la trascendencia en la dictadura del ateísmo. Somos la minoría que no llora a sus muertos, sino que honra a sus caídos y conecta con sus dioses. Somos la minoría que no anda, que cabalga al ritmo de tambores de guerra. Somos la minoría que piensa y reflexiona. Somos el eslabón perdido de un mundo en ruinas. Somos la minoría que observa el fuego mientras afila la espada. Somos los oídos para el canto de un trovador y las manos para el herrero. Somos la minoría que halla en la naturaleza la paz y huye del retumbe del acero y el hormigón. Somos la minoría que queda mal con algunos, rompe con otros y es odiada por la mayoría. Somos la minoría que ataca de frente, con la muerte susurrándole al oído. Somos la minoría que no odia a los que tiene delante, sino que ama a los que deja detrás. Somos la minoría que ansía coger el arma y vivir el momento. Somos una minoría audaz, lobos grises que nunca abandonan la manada. Somos la minoría que deja descendencia. Somos la minoría que no se quiere mestizar ni se dejará invadir. Somos la minoría que escucha a los abuelos, respeta a los padres y ama a los hijos, con los cuales nos sentaremos el día de mañana y quizá les transmitiremos que fuimos derrotados, pero jamás les miraremos a los ojos y les diremos que viven así porque nunca nos animamos a pelear. Somos la minoría que lee a Julius Evola, actúa con las reflexiones de Yukio Mishima y se deja camelar por Ezra Pound. Somos los hijos de Grecia y Roma, de sangre eslava y germana, de linaje celtíbero y de espíritu hispano. Portamos el rezo del sacerdote, el valor del cruzado medieval y el canto del poeta. Somos los hijos de la tradición, el eco de las tumbas, la democracia de los muertos. Somos los últimos del ayer, idealistas y patriotas, dignos hijos de Europa, la hoja que cae del árbol en otoño, embadurnados de honor, valor, sacrificio, con un futuro que nos ofrecerá el mejor de los trofeos, una oferta irrechazable a la que no podemos negarnos… UNA HONORABLE MUERTE.
Fdo: Jesús Bermejo