Recuerdo, memoria, respeto. Estas tres palabras recogen en sí mismas la deuda que desde el momento en que nacemos contraemos con nuestros muertos. Antepasados que van más allá de la propia familia. Caídos y heridos que fueron mejores que nosotros, que guiados por una fe, donaron sus propias vidas.
Cobran sentido aquellos versos del mítico grupo italiano de música alternativa, Amici del Vento, cuando cantan que ‹‹ veinte años son pocos para morir, pero es mejor caer para vivir, que vivir para morir ››. Nuestra deuda con estos jóvenes caídos se paga con el reconocimiento que, sin duda mide la dignidad de un pueblo, pues ellos cayeron para que nosotros viviésemos.
En la fotografía que encabeza estas líneas se muestra un ejemplo de reconocimiento. El monumento que la ciudad italiana de Como erigió en memoria a los italianos caídos en la primera guerra mundial. La inscripción, tallada en el mármol blanco propio de la arquitectura italiana: La ciudad exalta con las piedras del Carso la gloria de sus hijos.
Es entonces el silencio la respuesta del viandante que el domingo pasea y se detiene de frente a esta obra. El frío, la nieve, el insomnio, los nervios, la sangre, el estruendo, las lágrimas, el sudor, el miedo. Todo ello se te plantea cuando te detienes por unos segundos, y piensas que eres porque fueron, que estás porque estuvieron. Ello, del mismo modo, se refleja en los versos del mismo grupo:
‹‹ Si yo estoy vivo hoy
quiere decir que alguno en mi lugar
fue fusilado ayer.
Si yo estoy vivo hoy
quiere decir que alguno en mi lugar
fue asfixiado en la bodega inferior.
Si yo estoy vivo hoy
quiere decir que me han tocado a mi
los doscientos gramos de pan
que le han faltado a quien ha muerto. ››