“Pronto, querido padre”, le dije, “súbete sobre mi cuello, yo te llevaré en mis hombros, y esta carga no me será pesada; suceda lo que suceda, común será el peligro, común la salvación para ambos. Mi tierno Iulo vendrá conmigo y mi esposa seguirá de cerca nuestros pasos. (…) Tú, padre mío, lleva en tus manos los objetos sagrados y nuestros patrios penates; a mí, que salgo de tan recias lides y de tan recientes matanzas, no me es lícito tocarlos hasta purificarme en las corrientes aguas de un río…”
Virgilio, La Eneida, Ed. EDAF, p. 69 (Libro II)
No queremos cenizas para adorar, queremos velar el fuego que se transmite de padre a hijo, justo como Eneas, que llevó a sus espaldas a su padre Anquises tras la derrota de Troya, sin soltar la mano de su hijo Ascanio, futura semilla de Roma.
Ser Eneas conlleva dar la mano al anciano sin perder de vista al niño, siendo consciente de no hay Tradición sin legado y sin la transmisión de este, que proviene de la herencia adquirida, asimilada, encarnada y posteriormente transmitida por el padre, el abuelo, el anciano.
Aplíquese el cuento el miserable mercader que decida dejar tirado a su padre o su abuelo, sea por enfermedad o por cálculos monetarios. Véanse a este respecto las pretensiones, más o menos oficiales, de la Consejería de Salud para el Servicio de Emergencias Médicas en Cataluña: