Altamente simbólico, el Solsticio de Verano evidencia la íntima relación del hombre con la naturaleza. Es su simbiosis con la misma la que marca unos ritmos naturales, un calendario interior y una espiritualidad común a un grupo. El Sol, el mismo que hace seis meses comenzaba su reconquista, culmina hoy su trayecto hacia la victoria.
Así lo identificaban grandes civilizaciones del pasado: persas, egipcios, celtas, romanos o incas. Cada una a su manera, con sus matices y religiosidades propias, con sus celebraciones y significado. No es casualidad que la festividad cristiana de San Juan coincida en fecha con el Solsticio y el fuego sea un elemento central en el rito. La victoria suprema del Sol y de la luz como eje de un rito que se repite año tras año, siglo tras siglo. Es precisamente hoy cuando la presencia del rito y la encarnación de una determinada cosmovisión alejada de modas pasajeras, cuando la sacralidad y lo espiritual vinculado a ciertas fechas se difumina entre dos posibles alternativas: cancelación y consumismo. Cancelación de todo rasgo identitario, especialmente europeo, y deriva consumista de todo aquello que el mercado puede modelar y redirigir en busca de un beneficio económico, haciendo de una fiesta o celebración específica de una cultura, un evento mundial e ‘inclusivo’.
Pues bien, es hora de reivindicar lo contrario, lo ‘exclusivo’. No existe la belleza o la identidad inclusiva, pues en ese mismo momento perdería su especificidad y se convertiría en algo sin mérito, plano, sin esencia.
El Sol no es inclusivo, es único, y hoy somete a la oscuridad.
Feliz Solsticio